¡Afílianos!

Enséñame a volar

martes, 22 de diciembre de 2009

1. -Prólogo-

- Y hoy haremos entrega de sus cristales a los estudiantes de quinto nivel. Por favor, un fuerte aplauso para... -se escuchaba desde fuera del salón de actos. El día estaba nublado, quizás hoy el cielo se sentía como yo. Mientras todos recogían sus premios -unos más merecidos que otros- yo estaba allí, sentado en la puerta, mirando las nubes que luchaban por gobernar el cielo, nubes tan oscuras cómo el carbón.
Ya había comenzado la entrega de premios hacía rato, pero sabía que mi presencia allí no sería imprescindible, así que, para no hacerme más daño, evité escuchar las voces de todos mis "compañeros", que gritaban eufóricos al escuchar sus nombres pronunciados por la anciana y horrorosa voz del director. Me levanté indiferente a lo que ocurría en el salón de actos y comencé a caminar lenta y silenciosamente por el patio. Las nubes rugían allá en lo alto y supuse que de un momento a otro comenzaría a llover. Suspiré y fui hacia mi habitación, pasando esos interminables pasillos que, hacía apenas una hora, estaban colapsados. Ahora no había nadie, estaba todo tan desierto que daba lástima decir que este era el instituto de enseñanza con más estudiantes internos. Aunque... Bueno, según el director, era otra cosa la que daba lástima decir de este instituto, pero dejemos eso aparte.
Saqué la llave de mi bolsillo y abrí la puerta, que, para mi sorpresa, estaba abierta. Entré un poco confundido y encontré, encima de mi cama, una chaqueta que... No era mía, es más, no parecía ser de ningún chico que conociese. Para mi sorpresa, al mirar la otra cama, al otro lado de la habitación, encontré un bolso y unos libros que tampoco eran míos. ¿Qué se suponía que significaba esto? ¿Me iban a echar del instituto, así, sin avisar?
Indiferentemente quité la chaqueta de mi cama y me tumbé sobre ella. Todo aquello... Con lo que papá había soñado... Lo había destrozado yo. ¿Acaso era mucho pedir que mis alas, al igual que la de los demás, fuesen capaces de ser puras y volar? Pues parecía que un ser superior no lo había querido así, y que por mucho que luchase contra mi destino, nunca consiguiese cambiar nada.
- Vaya mierda... -suspiré cerrando los ojos-

Oí cómo, de repente, comenzó a llover débilmente, entreabrí uno de mis ojos y observé las pequeñas y débiles gotas caer sobre el cristal de la ventana, luchando por ser cada una la última en caer. Mientras actuaba tan infantilmente oí el cierre de la puerta y el crujido de esta -tan escandaloso- abriéndose. Miré hacia la puerta, sin ánimo, esperando ver un rostro anciano, de un director viejo y desgastado; sin embargo, para mi sorpresa, me encontré con una chica que parecía algo más pequeña que yo, venía cargada con una guitarra y con varias maletas.
- ¡Buenos días! -dijo repentinamente, como si fuese normal entrar en la habitación de alguien de esa forma-

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