¡Afílianos!

Enséñame a volar

sábado, 26 de diciembre de 2009

4. ~Capítulo 3: Amistad~

Aizu me había llevado corriendo por todos los pasillos, y extrañamente, esto me divertía. De pronto paró frente al aula de música y miró el letrero.
- Música... ¿Sabes tocar algo? -me preguntó con ánimo mientras se tomaba las libertades de abrir la puerta y entrar-
- No... Me gustaría aprender a tocar algo, la guitarra o el piano quizás, pero no me veo capaz. -le confesé sonriendo torpemente, ya que no estaba acostumbrado a sonreír a los demás. Ella, mientras, seguía comportándose como si estuviera en su casa, tocándolo todo y observando cada instrumento que allí había, así como las partituras- ¿Tú sabes tocar algo?
- ¡Sí! -contestó animada mientras seguía observándolo todo- Sé tocar bastantes instrumentos, pero mi favorito... -decía mientras ojeaba cada cosa que encontraba.-
Entonces fue cuando vió, abandonado en un rincón, un piano de cola cubierto con una sábana vieja, sucia y desgastada. Encima del piano había abandonado algunos libros de música, Aizu puso mala cara al ver al pobre piano en ese estado. Con el cariño mismo con el que una madre viste a su hijo ella fue quitando esa lona blanca que cubría el piano, ordenando los libros en una estantería vacía y guardó la sábana en un armario. Cogió un viejo trapo que vió en la estantería y se dirigió hacia el piano, pasando por encima el trapo, eliminando el polvo que el pobre instrumento tenía. Cuando terminó su tarea, siempre sonriente, cogió una silla que encontró allí y se sentó frente al piano.
Sin mediar palabra alguna cerró los ojos y puso sus manos sobre el piano con delicadeza, cómo si el tocarle bruscamente fuese a hacerlo llorar. Sin siquiera abrir los ojos comenzó a tocar una dulce melodía, que resonaba por todos y cada uno de los pasillos. Tocaba bastante bien, bueno, muy bien. Mientras tocaba no pude evitar sentir melancolía, era una canción preciosa, y a mi parecer, melancólica -si tuvieras, cómo yo, sentimientos de melancolía; por supuesto-. Y así, al igual que ella, cerré los ojos escuchando los dulces sonidos producidos por el contacto de los dedos de Aizu con el teclado del instrumento. Mi mente se dejó llevar por los recuerdos y viajé a través del tiempo, recordando aquellos días en los que mamá se enfadaba conmigo por no recoger mis juguetes, y aquellas veces que me recompensaba con cariño por hacerlo. Recordé aquellas palabras cálidas de mis padres cada noche, y aquellos sueños tan dulces que soñaba siempre. Recordé cómo mi padre decía siempre a mi madre "Este chiquillo será mañana una promesa del atletismo, seguro que muchos equipos lo ficharán para que juegue con ellos"... Y mamá decía "Deja de decir tonterías, Hika-chan será el mejor volador, pero nunca se dejará liar por los equipos de carreras aladas. Nuestro hijo será más que eso, una bella persona, alguien incomparable, será Hikaru, único e inigualable.", y papá y mamá reían imaginándose el primer curso de vuelo que haría, imaginándose que sería torpe pero que al final sería el mejor volador de mi clase. Pero cuando el director apareció... Todo acabó. Mamá se fue para siempre con papá, dejando su sueño en mí, ese sueño de que yo sería el mejor volador, una única e inigualable persona... Y en cambio... Mis alas, blancas y puras, se convirtieron en gris ceniza tras ese fatídico día. Y cada día fueron siendo más y más oscuras, hasta convertirse en el negro más oscuro y horrible de todos. Destrocé la última voluntad de mis padres y... No soy nadie. ¿Qué dirían papá y mamá si me viesen...?
- Hikaru... -dijo de repente Aizu. Me sorprendió, o me asustó escuchar su voz tan cerca de mí. La canción había terminado hacía unos minutos y yo tan siquiera me había dado cuenta. Abrí los ojos sobresaltado y me encontré a Aizu frente a mí, mirándome. Sus ojos transmitían un sentimiento de tristeza, o melancolía, parecido al que yo sentía en aquel momento.- No te preocupes, -dijo mientras se acercaba a mí aún más y me rodeaba con sus brazos; obligándome suavemente a agacharme- tus padres están orgullos de ti, créeme. -me susurró al oído aprovechando la posición y me abrazó-
En el momento en el que abrazó no pude creerlo, ¿quién era ella? Un sentimiento de melancolía enorme recorrió cada rincón de mi cuerpo, haciendo que mi corazón se estremeciera. No supe qué hacer, tan sólo supe estar en silencio y abrazarle, sin saber si ello le molestaría.
Pasaron los segundos, quizás minutos, y ninguno dijo nada, sólo pude quedarme ahí, arropado por ese cálido abrazo que se me hacía tan cercano. Y me di cuenta de que podría estar ya harta de mí y de mis tonterías, así que me separé de ella con un poco de brusquedad.
- ¿Eh? ¿Ocurre algo? -dijo mirándome- ¿Te ha molestado que te abrazase? -dijo poniendo mala cara- ¡Lo siento! No sabía que pudiera molestarte...
- ¡No! ¡No es eso! -dije apresuradamente, ¿cómo podía pensar eso?- Creía que te molestaba que yo te abrazase y...
- ¡Cállate, idiota! -dijo con una sonrisa- Además, he sido yo quién te ha abrazado, en todo caso, serías tú el que debería estar molesto. -dijo sin borrar esa sonrisa animada de sus labios- Y bueno, no nos pongamos sentimentales, ¿te ha gustado la canción? -preguntó mientras abría la puerta-
- Sí... Tocas muy bien.
- Gracias, aunque aún me queda por aprender. -comentó saliendo de la habitación- ¡Vamos a ir a ver el salón de actos! Me gustaría conocer a los chicos que estarán este año en mi clase... -dijo animadamente-
Suspiré y afirmé con la cabeza, saliendo yo también de aquella aula abandonada por el paso de los años. Caminábamos hacia el salón de actos cuando recordé sus palabras en mi oído.
- Nathory... ¿Por qué dijiste que mis padres estarían orgullosos de mí...? -me atrevía a preguntar bajando la mirada-
- No me llames por mi apellido, soy Aizu, recuérdalo. -dijo con tono gracioso- Y... Lo dije porque es la verdad. No lo estarían, lo están.
- Pero... ¿A qué te refieres...? No dije nada...
- Lo pensaste, estoy segura. -dijo sin darme tiempo a decir nada más. ¿Acaso sabía leer los pensamientos de los demás?-
- Espera, quieres decir que... ¿Sabes leer la mente?
- ¡Qué va, idiota! -dijo riendo- Pero sé leer en los demás.
- ¿Leer en los demás...?
- Sé sentir tu presencia, así cómo... Algo parecido a los pensamientos. -contestó con indiferencia, cómo si fuese fácil entenderlo; aunque yo seguía igual que antes, no sabía a lo que se refería- Digamos que a veces puedo sentir lo que sientes. -terminó por decir mientras seguíamos caminando.-
- Entonces... ¿Escuchaste lo que pensaba...?
- Más o menos... Aunque sigo sin entender por qué te marginas tanto... Tener las alas negras no es ningún problema, son únicas, al fin y al cabo, y a mi parecer, son bonitas. -dijo sonriendo-
- No lo entiendes... Pero da igual... -dije sonriendo mientras le miraba de reojo- Y... Gracias por el abrazo, Aizu...
- ¡No las des! ¡Para eso están los amigos! -exclamó con energía mientras corría por el pasillo, abriendo la puerta que daba al patio-
- ¿Amigos...? -me pregunté a mí mismo deteniéndome sorprendido- ¿Me considera su... Amigo?
- ¡Vamos, Hikaru, no puedes alcanzarme! -me gritó sacándome la lengua-
- Serás... -susurré sonriendo- ¡Verás como te alcanzo en un momento! -grité corriendo hacia ella.-
Era extraño poder divertirse con alguien de la forma más absurda posible... Pero era aún más extraño el poder divertirse con alguien como yo. Aún así, Aizu no tuvo problemas en estar conmigo tras saber lo de mis alas... ¿Qué ocurriría cuando supiese que... No sirven de nada? No quiero pensarlo, por ahora, sólo quiero divertirme con ella, hasta que el destino decida quitarme de nuevo la felicidad.

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